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jueves, 20 de febrero de 2014

REFLEXIÓN CRISTIANA

“Yo habito en medio de mi pueblo”
(2Re_4:13).

Una prominente mujer de Sunem brindaba hospitalidad a Eliseo cada vez que pasaba por allí. Cierto día sugirió a su marido que construyeran una habitación adicional para que el profeta pudiera tener un aposento propio. Deseando recompensar su bondadosa hospitalidad, Eliseo le preguntó qué podía hacer por ella, quizás presentarla al rey o al comandante del ejército. Su respuesta sencilla fue: “Yo habito en medio de mi pueblo”. En otras palabras: “soy feliz con lo que tengo en la vida. Amo a la gente común entre la que vivo. No deseo moverme entre los personajes encumbrados de la sociedad, ni me atrae codearme con gente famosa”. 

¡No cabe duda que era una mujer sabia! Aquellos que nunca están contentos si no se rozan socialmente con los famosos, los acaudalados y los aristócratas a menudo tienen que aprender que la mayoría de la gente más escogida de la tierra nunca aparece en primera plana, o en este caso, en la sección social del periódico.
He tenido roce con los de renombre en el mundo evangélico, pero debo confesar que, en su mayor parte, la experiencia ha sido desengañadora. Cuanto más veo lo que es el bombo publicitario en la prensa evangélica, más decepcionado me siento. Si tengo que elegir, denme a aquellos ciudadanos humildes, honestos y sólidos a quienes este mundo no conoce pero que son bien conocidos en el cielo.
A. W. Tozer describe bien mis sentimientos cuando escribe: “Creo en los santos. Conozco a los comediantes, a los promotores, a los fundadores de diversos movimientos religiosos que ponen su nombre al frente de los edificios para que la gente sepa que ellos los erigieron; conozco a estrellas del deporte que se dicen convertidos. Conozco a toda clase de cristianos raros por todos los Estados Unidos y Canadá, pero mi corazón busca a los santos. Quiero conocer a los que son como el Señor Jesucristo... En realidad, lo que debemos desear y tener es la belleza del Señor nuestro Dios resplandeciendo en corazones humanos. Un santo verdadero es una persona magnética y atractiva que vale más que quinientos promotores e ingenieros religiosos”.

Charles Simeon se hace eco de sentimientos semejantes: “Desde el primer día hasta la hora presente he puesto de manifiesto... que mi trato social ha sido con lo excelente de la tierra y que cada uno de ellos, a causa del Señor, se esfuerza hasta el límite de su fuerza para mostrarme su bondad”.

Así que, ¡flores para la mujer de Sunem! por la percepción espiritual de sus palabras: “Yo habito en medio de mi pueblo”.


lunes, 17 de febrero de 2014

VERDADES BIBLICAS

Pregunta: "¿Puede un cristiano perder la salvación?"

Respuesta: Antes de que esta pregunta sea respondida, debe ser definido el término “cristiano.” Un “cristiano” no es una persona que haya dicho una oración, o pasado al frente, o que haya crecido en una familia cristiana. Mientras que cada una de estas cosas pueden ser parte de la experiencia cristiana, no son éstas las que “hacen” a un cristiano. Un cristiano es una persona que ha recibido por fe a Jesucristo y ha confiado totalmente en Él como su único y suficiente Salvador (Juan 3:16; Hechos 16:31; Efesios 2:8-9).

Así que, con esta definición en mente, ¿puede un cristiano perder la salvación? Quizá la mejor manera de responder a esta importante y crucial pregunta es examinando lo que la Biblia dice que ocurre en la salvación, y entonces estudiar lo que implicaría perder la salvación. Estos son algunos ejemplos:

Un cristiano es una nueva criatura. “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17). Estos versos hablan de una persona que se ha convertido enteramente en una nueva criatura, como resultado de estar “en Cristo.” Para que un cristiano perdiera la salvación, la nueva creación tendría que ser revertida y cancelada.

Un cristiano es redimido. “Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación.” (1 Pedro 1:18-19). La palabra “redimido” se refiere a una compra que ha sido hecha, a un precio que ha sido pagado. Para que un cristiano perdiera la salvación, Dios tendría que revocar Su compra por la que pagó con la preciosa sangre de Cristo. 

Un cristiano es justificado. “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.” 

(Romanos 5:1)
Justificar” significa “declarar justo.” Todos los que reciben a Jesucristo como Salvador son “declarados justos” por Dios. Para que un cristiano perdiera la salvación, Dios tendría que desdecirse de lo dicho en Su Palabra y retractarse de lo que Él declaró previamente. 


A un cristiano se le promete la vida eterna. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, más tenga vida eterna.” (Juan 3:16). La vida eterna es una promesa de vida para siempre en el Cielo con Dios. Dios hace esta promesa - “cree, y tendrás vida eterna.” Para que un cristiano perdiera la salvación, la vida eterna tendría que ser retirada. Si a un cristiano se le ha prometido vivir para siempre, ¿cómo entonces puede Dios romper esta promesa, quitándole la vida eterna?

A un cristiano se le garantiza la glorificación. “Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó.” (Romanos 8:30). Como lo aprendemos en Romanos 5:1, la justificación es declarada al momento de la fe en Cristo. De acuerdo a Romanos 8:30, la glorificación está garantizada para todos aquellos a quienes Dios justifica. La glorificación se refiere a un cristiano recibiendo un perfecto cuerpo glorificado en el Cielo. Si un cristiano pudiera perder la salvación, entonces Romanos 8:30 sería un error, porque Dios no puede garantizar la glorificación para todos aquellos a quienes Él predestinó, llamó, y justificó. 

Podrían compartirse muchas más ilustraciones de lo que ocurre en la salvación. Sin embargo, aún estas pocas hacen abundantemente claro que un cristiano no puede perder la salvación. La mayor parte, sino todo lo que la Biblia dice que ocurre a una persona cuando recibe a Jesucristo como Salvador, sería invalidado si la salvación pudiera perderse. La salvación no puede ser revertida. Un cristiano no puede ser des-creado como nueva criatura. La redención no puede ser deshecha. La vida eterna no puede perderse y seguir considerándose como eterna. Si un cristiano perdiera la salvación, Dios tendría que retractarse de Su Palabra y cambiar de parecer – dos cosas que la Escritura nos dice que Dios jamás hace. 

Las objeciones más frecuentes a la creencia de que un cristiano no puede perder la salvación son; (1) ¿qué hay de aquellos que son cristianos y continuamente viven una vida inmoral? – y – (2) ¿qué pasa con aquellos que son cristianos, pero luego rechazan la fe y niegan a Cristo? El problema con estas dos objeciones es la suposición de que “son cristianos” (1) La Biblia declara que un verdadero cristiano ya no continuará viviendo una vida inmoral (1 Juan 3:6). (2) La Biblia declara que alguien que se separa de la fe, demuestra que realmente nunca fue un cristiano (1 Juan 2:19).

No, un cristiano no puede perder la salvación. Nada puede separar a un cristiano del amor de Dios (Romanos 8:38-39). Nada puede arrebatar a un cristiano de la mano de Dios (Juan 10:28-29). Dios quiere y tiene el poder para garantizar y mantener la salvación que Él nos ha dado. Judas 24-25 dice, “Y Aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría, al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén.”



domingo, 16 de febrero de 2014

PENSAMIENTO CRISTIANO

“Padre, he pecado...”
(Luc_15:21).

No fue sino hasta que el hijo pródigo volvió arrepentido que el padre corrió a su encuentro, se asió de su cuello y le besó. No habría sido justo perdonarle si no hubiera mostrado primero arrepentimiento. El principio bíblico es: “...si se arrepiente, perdónale” (Luc_17:3).

Nada dice el pasaje de que el padre envió ayuda a su hijo pródigo mientras andaba en aquel país lejano. De haber hecho así, habría obstruido la obra de Dios en la vida de aquel rebelde. La meta del Señor era que el descarriado descendiera hasta abajo del todo. Sabía que el hijo tendría que llegar al fin de sí mismo, y que nunca levantaría los ojos a menos que hubiera tocado fondo. Cuanto antes se le rompiera la costra a la oveja descarriada, tanto mejor para él. El padre simplemente encomendó a su hijo al Señor, y esperó a que la crisis llegara al extremo.

ésta es una de las cosas más duras que los padres deben hacer, especialmente para las madres. La tendencia natural es sacar del apuro al hijo o a la hija rebeldes de cada situación difícil en que el Señor los coloca. Pero todo lo que estos padres consiguen es estorbar Su propósito y prolongar la agonía del ser amado.
Spurgeon dijo una vez: “El verdadero amor para aquellos que yerran consiste en no fraternizar con ellos en su error sino ser fieles a Jesús en todas las cosas”. Amar a una persona es no consentirla en su iniquidad. Por el contrario, el amor pone a la persona en las manos del Señor y ora: “Señor, restáurale, no importa cuál pueda ser el costo”.

Uno de los errores más grandes que David cometió fue traer de regreso a Absalón antes de que éste mostrara arrepentimiento. Un poco después Absalón ganaba los corazones del pueblo y tramaba una revuelta contra su padre. Finalmente hizo huir de Jerusalén a su padre y fue ungido como rey en su lugar. Pese a que Absalón se puso en camino con su ejército para destruir a David, este último instruyó a sus hombres a que le perdonaran la vida en el caso de una confrontación. Pero Joab lo pensó mejor e hirió de muerte a Absalón.
Los padres que están dispuestos a soportar el dolor de ver como el Señor humilla a su hijo o hija obligándolos a vivir en una pocilga, a menudo les ahorran un pesar más grande.


DEVOCIONAL DIARIO

“Conforme a vuestra fe os sea hecho”
(Mat_9:29).
Cuando Jesús preguntó a los dos ciegos si creían que él era capaz de darles la vista, contestaron que sí. Cuando les tocó los ojos dijo: “conforme a vuestra fe os sea hecho”, y sus ojos se abrieron.

Sería fácil deducir de esto que si tan sólo tuviéramos suficiente fe podríamos conseguir lo que quisiéramos, riqueza, salud o lo que fuera. Pero éste no es el caso. La fe debe basarse sobre la Palabra del Señor, en una de Sus promesas o en algún mandamiento de la Escritura. De otro modo esa “fe” no es más que vanas ilusiones.
Nuestro texto nos enseña que el grado en que nos apropiamos de las promesas de Dios depende de la medida de nuestra fe. Después de prometer al rey Joás que obtendría la victoria sobre los Sirios, Eliseo le dijo que golpease la tierra con sus flechas. Joás la golpeó tres veces, y se detuvo. Entonces Eliseo se enojó con él y le anunció que el rey tendría solamente tres victorias sobre Siria mientras que podría haber tenido cinco o seis (2Re_13:14-19). La medida de su victoria dependió de su fe.
Así es la vida del discipulado. Se nos llama a caminar por fe, abandonándolo todo. Se nos prohíbe amontonar tesoros en la tierra. ¿Hasta dónde hemos llegado obedeciendo estos mandamientos? ¿Nos hemos despojado del seguro de vida, del seguro de salud, de las cuentas de ahorros, bonos y acciones? La respuesta es: “Conforme a vuestra fe os sea hecho”. Si tienes fe para decir: “Trabajaré duro para suplir mis necesidades y las de mi familia, pero pondré la obra del Señor por encima de todas estas cosas y confiaré en Dios para el futuro”, entonces puedes estar absolutamente seguro de que el Señor cuidará de tu futuro. Ha dicho que lo hará y Su Palabra no puede fallar. Si, por otra parte, estimamos que debemos ejercer “prudencia humana” y proveer toda cosa necesaria, de cualquier modo Dios aún nos amará y nos usará según la medida de nuestra fe.

La vida de la fe es como las aguas que fluyen del Templo en Ezequiel 47. Puedes entrar hasta los tobillos, hasta las rodillas, hasta el pecho, o mejor aún, sumergir todo el cuerpo en ellas.

Las bendiciones más grandes de Dios son para aquellos que confían totalmente en él. Una vez que hemos comprobado Su fidelidad y suficiencia, desearemos deshacernos de muletas, de ayudas y de las almohadas del “sentido común”, o como alguien a dicho: “Una vez que caminas sobre el agua nunca querrás subirte de nuevo a la barca”.

sábado, 15 de febrero de 2014

SALMO 150

Sal 150:1  

Exhortación a alabar a Dios con instrumentos de música
  Alabad a Dios en su santuario; 
 Alabadle en la magnificencia de su firmamento. 
Sal 150:2  Alabadle por sus proezas; 
 Alabadle conforme a la muchedumbre de su grandeza. 
Sal 150:3  Alabadle a son de bocina; 
 Alabadle con salterio y arpa. 
Sal 150:4  Alabadle con pandero y danza; 
 Alabadle con cuerdas y flautas. 
Sal 150:5  Alabadle con címbalos resonantes; 
 Alabadle con címbalos de júbilo. 
Sal 150:6  Todo lo que respira alabe a JAH. 
 Aleluya. 

EL FRUTO DEL ESPIRITU

“El fruto del Espíritu es amor...”
(Gal_5:22).
La frase: “el fruto del Espíritu” nos enseña que las virtudes que en seguida se enumeran solamente el Espíritu Santo las puede producir. Un inconverso es incapaz de manifestar cualquiera de estas gracias y hasta los creyentes verdaderos son incapaces de generarlas por su propia fuerza. Cuando hablemos de estas gracias debemos recordar siempre que son de origen sobrenatural y que pertenecen a otro mundo.

El amor del que se habla aquí no es el eros de la pasión, o el filia de la amistad y del afecto, sino el amor ágape, que es la clase de amor que Dios nos ha mostrado y que desea que manifestemos a los demás. 

¡Permítanme ilustrarlo! El Dr. T. E. McCully fue el padre de Ed McCully, uno de los cinco jóvenes misioneros martirizados por los indios aucas en el Ecuador. 
Una noche, cuando el Dr. McCully y yo estábamos de rodillas en Oak Park, Illinois, vino a su pensamiento el Ecuador y el río Curaray que guardaba el secreto del paradero del cuerpo de Ed y oró así: “Señor, permíteme vivir para ver salvos a aquellos que mataron a nuestros hijos y poder abrazarles y decirles que les amo porque ellos aman a mi Cristo”. Al terminar y ponernos de pie, vi las lágrimas que rodaban por sus mejillas.

Dios contestó esa oración de amor. Más tarde, algunos de aquellos indígenas aucas recibieron a Jesucristo como su Señor y Salvador. El Dr. McCully fue al Ecuador, conoció a los hombres que asesinaron a su hijo, les abrazó y les dijo que les amaba porque ellos amaban a su Cristo.

éste es el amor ágape. Lo reconocemos porque es imparcial y busca el bien supremo de los demás, atiende al sencillo y al importante, a los enemigos así como a los amigos. Es incondicional, nunca pide nada a cambio, es sacrificado, sin reparar nunca en el costo. Es desinteresado, se preocupa más de las necesidades de los demás que de las suyas propias. Es puro y está libre de todo rastro de impaciencia, envidia, orgullo, revancha o rencor. 

El amor es la virtud más grande de la vida cristiana. Sin ella nuestros esfuerzos más nobles son infructuosos.

lunes, 3 de febrero de 2014

CONFORME A VUESTRA FE

“Conforme a vuestra fe os sea hecho”
(Mat_9:29).
Cuando Jesús preguntó a los dos ciegos si creían que él era capaz de darles la vista, contestaron que sí. Cuando les tocó los ojos dijo: “conforme a vuestra fe os sea hecho”, y sus ojos se abrieron.

Sería fácil deducir de esto que si tan sólo tuviéramos suficiente fe podríamos conseguir lo que quisiéramos, riqueza, salud o lo que fuera. Pero éste no es el caso. La fe debe basarse sobre la Palabra del Señor, en una de Sus promesas o en algún mandamiento de la Escritura. De otro modo esa “fe” no es más que vanas ilusiones.
Nuestro texto nos enseña que el grado en que nos apropiamos de las promesas de Dios depende de la medida de nuestra fe. Después de prometer al rey Joás que obtendría la victoria sobre los Sirios, Eliseo le dijo que golpease la tierra con sus flechas. Joás la golpeó tres veces, y se detuvo. Entonces Eliseo se enojó con él y le anunció que el rey tendría solamente tres victorias sobre Siria mientras que podría haber tenido cinco o seis (2Re_13:14-19). La medida de su victoria dependió de su fe.
Así es la vida del discipulado. Se nos llama a caminar por fe, abandonándolo todo. Se nos prohíbe amontonar tesoros en la tierra. ¿Hasta dónde hemos llegado obedeciendo estos mandamientos? ¿Nos hemos despojado del seguro de vida, del seguro de salud, de las cuentas de ahorros, bonos y acciones? La respuesta es: “Conforme a vuestra fe os sea hecho”. Si tienes fe para decir: “Trabajaré duro para suplir mis necesidades y las de mi familia, pero pondré la obra del Señor por encima de todas estas cosas y confiaré en Dios para el futuro”, entonces puedes estar absolutamente seguro de que el Señor cuidará de tu futuro. Ha dicho que lo hará y Su Palabra no puede fallar. Si, por otra parte, estimamos que debemos ejercer “prudencia humana” y proveer toda cosa necesaria, de cualquier modo Dios aún nos amará y nos usará según la medida de nuestra fe.

La vida de la fe es como las aguas que fluyen del Templo en Ezequiel 47. Puedes entrar hasta los tobillos, hasta las rodillas, hasta el pecho, o mejor aún, sumergir todo el cuerpo en ellas.

Las bendiciones más grandes de Dios son para aquellos que confían totalmente en él. Una vez que hemos comprobado Su fidelidad y suficiencia, desearemos deshacernos de muletas, de ayudas y de las almohadas del “sentido común”, o como alguien a dicho: “Una vez que caminas sobre el agua nunca querrás subirte de nuevo a la barca”.

HACEDORES DE LA PALABRA

“Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos”
(Stg_1:22).

Algunos tienen la engañosa idea de que si asisten a reuniones, conferencias y seminarios están haciendo la obra de Dios. Desde el púlpito y en todas partes se habla de lo que debemos hacer y, a pesar de esto, nos engañamos frecuentemente pensando que hacemos Su voluntad. Lo que en realidad sucede es que aumentamos nuestra responsabilidad y nos engañamos a nosotros mismos, pensando que somos espirituales cuando en realidad somos muy carnales. Nos engañamos al suponer que estamos creciendo espiritualmente cuando la verdad es que estamos estancados y nos engañamos imaginando que somos sabios cuando somos patéticamente necios.

Jesús dijo que el hombre sabio es aquél que escucha Sus palabras y las hace. El hombre necio también las escucha, pero no las hace.

No basta con escuchar un sermón y luego marcharse diciendo: “Qué mensaje tan maravilloso”. Lo apropiado es decir: “Haré algo con lo que he oído”. Un buen sermón no sólo ilumina la mente, calienta el corazón y nos conmueve, sino que también provoca la voluntad a la acción.

Un domingo cierto predicador interrumpió su sermón para preguntar a su congregación cuál era el nombre del primer himno que habían cantado esa mañana, y nadie lo supo. Luego preguntó qué pasaje de la Biblia se había leído, pero nadie pudo recordarlo. Preguntó qué anuncios se habían dado, y un gran silencio se hizo en el lugar. La gente estaba jugando a iglesia.

Antes de cada reunión, haríamos bien en hacernos estas preguntas: ¿A qué vine? ¿Estoy dispuesto a que Dios me hable? Y si me habla, ¿le obedeceré? 
El Mar Muerto se ha ganado justamente su nombre por la entrada constante de aguas sin tener una salida correspondiente. En nuestra vida, la información sin aplicación nos conduce al estancamiento. La pregunta persistente del Salvador nos apremia: “¿Por qué me llamáis Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?”