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lunes, 26 de agosto de 2013

TESTIMONIOS CRISTIANOS

OYÓ EL SERMÓN Y QUERÍA VIVIRLO



Cuando una anciana salía de la iglesia, una amiga la encontró y le preguntó: --¿Ya terminó el sermón?.
--No –respondió la anciana--, ya lo predicaron, pero no se ha terminado.  Ahora voy a hacer mi parte del sermón, a vivirlo.
Cuando una congregación, por pequeña que sea, reacciona de manera tal, por causa de los sermones de su pastor, el beneficio es incalculable.
 
 

AFIRMADO EN EL LODO



Había un hermano que cada vez que testificaba en el culto de oración, decía: “No hago muchos avances en lo que toca a mi experiencia cristiana; pero al menos me siento afirmado y fortalecido”.
Un día, al acarrear madera desde su campo de trabajo, su carreta quedó completamente atorada en el cieno de un riachuelo que él tenía que atravesar.  Por más que hacía esfuerzos por salir, la carreta se hundía más.
En eso, uno de los miembros de la iglesia, viendo su problema y acordándose del testimonio que su amigo daba ante la congregación, le dijo: “Hermano mío, ahora sí que no ha hecho mucho progreso; pero al menos está usted afirmado”.
 
 

EL MARTIRIO DE JACOBO



Dice el historiador Eusebio: “En cuanto a este Jacobo, Clemente, en el séptimo libro de  sus Hipotiposis, relata una historieta digna de referirse; la menciona tal como la recibió de sus antecesores.  Dice que el hombre que llevaba a Jacobo al suplicio, cuando le vio dar su testimonio se conmovió tanto que confesó ser cristiano también.  Luego los dos fueron llevados juntos.  En el camino al cadalso suplicó a Jacobo que lo perdonara; y después de meditar un momento Jacobo, le dijo: “Paz sea contigo”, y lo besó.  Así fueron decapitados juntos”.
 
 

HONRANDO EL DIA DEL SEÑOR



Se cuenta de Eric Liddell, quien ganó la carrera de cuatrocientos metros en los juegos olímpicos celebrados en París, que cuando supo que su carrera iba a correrse en el día del  Señor rehusó competir. Diciendo: “Me opongo a los deportes en domingo”, y así se eliminaba a sí mismo.
La prensa deportiva de Europa lo criticó, y recibió el escarnio y la crítica de todas partes, aun de los periódicos de su propio país.  Pero la actitud de tan notable atleta tuvo su efecto y la carrera se corrió días después, entre semana.
Él dice: “Recuerdo que cuando me disponía yo a correr en las pruebas finales, el instructor me dio una notita. La abrí y leí las palabras: ‘Yo honraré a los que me honran’. Esta fue la promesa de Dios.  Él me ayudó y yo gané”. Y el público que lo había condenado cambió su opinión y le dio un gran aplauso.
 
 

UNA PALA CRISTIANA



Cierto individuo entró a una ferretería con el objeto de comprar una pala.  El dependiente le enseñó una y nuestro amigo, colocándola en el suelo, se paró sobre ella al mismo tiempo que preguntaba: --¿Es esta una buena clase de pala? –Mi amigo—le contestó el dependiente--, evidentemente usted no sabe nada de palas.  Ésta está hecha por Jorge Griffith es un buen cristiano y sus palas son cristianas y usted puede estar completamente seguro de que todo lo que vea con ese nombre es de buena clase.
Así como en esta pala, podemos poner el cristianismo en todas nuestras obras y todas nuestras palabras.
 
 

IGUALES, PERO DIFERENTES



El carbón y el diamante son del mismo material: de carbón.  El carbón absorbe la luz; el diamante la refleja.
Hay cristianos que son semejantes al carbón y los hay que son semejantes al diamante. Al examinar sus creencias, son iguales; pero al examinar su experiencia religiosa... y al observar su vida, sus costumbres, su utilidad en la iglesia y en la sociedad... ¡no son iguales! Uno es opaco y otro es luminoso.  Cada cristiano debe examinarse para saber si es carbón o si es diamante.
 
 

OBRA PERSONAL DE UN MAESTRO



El señor D. L. Moody, poderoso evangelista laico de los  Estados Unidos, por medio de sus labores ganó a muchos miles de almas para Cristo.  Su maestro de escuela dominical en Boston.  El señor Kimball, hombre de negocios, lo ganó para Cristo.  “Me acuerdo”, dice Moody, relatando este hecho, “que llegó mi maestro y se puso tras el mostrador donde yo estaba trabajando, y poniéndome la mano en el hombro, me habló de Cristo y de mi alma, y debo confesar que hasta entonces no había pensado en que tuviese un alma. Cuando me dejó aquel hombre, me quedé pensando: ¡Qué cosa más extraña! He aquí un hombre que apenas me conoce, y llora pensando en que mis pecados pueden llevarme a la perdición, y yo no he derramado nunca una lágrima por todo esto.  No recuerdo lo que me dijo, pero todavía hoy me parece sentir sobre mí el peso de aquella mano.  Poco después conocí la salvación”.  ¿Qué parte tuvo este fiel cristiano, casi desconocido, en la gloriosa obra del gran evangelista?

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